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Archivo de Mayo de 2007

TVIC

Miércoles, 30 de Mayo de 2007

¿TVIC? Una mera ocurrencia terminológica para hablar el 24 de mayo de 2007 en un acto de presentación del libro “Web 2.0″, en el que tengo una colaboración especial de 25 páginas titulada “Contextualización sociotécnica de la Web 2.0″. En ese texto-ensayo trato de manera especial a las Tecnologias para la VIda Cotidiana, de ahí viene lo de TVIC, acrónimo-siglónimo formulado con ironía para emular la terminología TIC, de las que aquéllas son la parte que es usada masivamente por millones de infociudadanos en el mundo. Para mí, la Web 2.0, con sus técnicas y aplicaciones, es una apartado de las TVIC, así que allí propongo que si se van a desarrollar unas ciencias de la Web (Berners-Lee. MIT y universidad de Southampton), mejor sería hacer el plan completo.

Parece que lo que en principio fue un truquito de conferenciante para atraer la atención de los presentes sobre la importancia del concepto que pretendía exponer tuvo cierto eco y no sólo lo reseñó Antoine en su crónica bloguera de ese mismo día, sino que otro bloguero asistente al acto no esperó ni 24 horas para cambiar TIC por TVIC en el subtítulo de su blog “Cuaderno del Profesor”.

Acabaremos liándonos con nuestras siglas. TVIC suena casi como NBIC, pero no tienen nada que ver entre ellas, la segunda etiqueta un territorio todavía de gran investigación y mucha incertidumbre.

Funciones ocultas

Miércoles, 9 de Mayo de 2007

En marzo de 2007 estrené un ratón informático, tan atómico que tiene hasta una función de lupa selectiva. Pero un buen día me dio por leer el manual de mi nuevo juguete y, asombrado, me enteré de que mi mano inocente movía un juguetito “mortal”: “Si no se toman las precauciones que se indican a continuación, podrían ocasionarse daños al dispositivo o producirse lesiones graves, e incluso la muerte,…”. Caray, esta posibilidad es más preocupante que la del síndrome del ratón, o síndrome del túnel carpiano, que produce 200.000 bajas laborales anuales en EE.UU. (y 2.213 en España, durante 2005). Como sé que los manuales están redactados por iletrados y además soy algo neurasténico he interpretado que las lesiones graves y las amenazas mortales no se referían al dispositivo, sino a mí. 

Apelando a mi “legendaria” objetividad, he buscado el folleto de otro cacharrete, estrenado en abril del mismo año, un navegador GPS, que no sólo navega, que es para lo que lo quiero, sino que reproduce música mp3 y vídeos, visualiza fotografías y funciona como consola de juegos, calculadora y reloj mundial. O sea, que convierte al coche casi en un hogar. Sólo que al leer sus instrucciones comprobé que el conjunto podría ser calificado más propiamente como un coche-hogar con bomba incorporada: “Este dispositivo contiene una pila interna de ión de litio no recambiable que puede reventar o explotar, liberando productos químicos peligrosos…”. 

Para asimilar intelectualmente esta realidad escondida en la multifuncionalidad instrumental de la tecnología actual -sobre la que acabo de escribir una colaboración especial en el libro “Web 2.0”, saturada de funciones superfluas y a veces inútiles que parecen querer inducirnos a la tecnorexia , me pregunto si no habrá que añadirle un pequeño elenco de funciones ocultas, algunas quizá potencialmente “asesinas”. Ésta parece una denominación muy dramática, pero le recuerdo al lector que ya existe la de “aplicaciones asesinas” (killer app, en la jerga comercial de la innovación tecnológica), incluso hay un libro de gran éxito titulado “Aplicaciones asesinas: Estrategias digitales para dominar el mercado”, de Downes y Mui. A los japoneses de NTT, que han puesto en el mercado un sistema que mide las emociones ante el ordenador y la TV, les voy a pedir que lo rediseñen para medir nuestras manipuladas emociones al leer los folletos.

Aunque, si preferimos no enterarnos, siempre cabe la opción de no leer ningún folleto, tampoco los de los medicamentos, a los que llamamos prospectos, como hacemos ya habitualmente -incluyendo a los médicos-, quienes, incluso, nos recomiendan no leerlos. Así vivimos (o morimos) más felices desconociendo las peligrosas funcionalidades ocultas. La verdad es que leer la lista de los posibles efectos adversos de muchos medicamentos puede producir más miedo que la mejor literatura de terror. Por poner un ejemplo, entre tantos posibles, hace poco, un familiar cercano me describió su visita a su médico de cabecera por causa de una faringitis y cómo, por tenerlo informado antes de consultar con el urólogo, aprovechó la ocasión para mostrarle análisis y ecografías de su muy hipertrofiada próstata. El tratamiento para la faringitis incluyó una receta de jarabe con cloperastina , sustancia que, según pudo leer en el prospecto al llegar a casa, “debe administrarse con precaución en pacientes con hipertrofia de próstata”. Mi pariente decidió que ese jarabe ocultaba una función por lo menos un poco “asesina” para los prostáticos y todavía no ha abierto el frasco. 

Conclusión: ¡Ojo con las funciones ocultas, que algunas son peligrosas! Pensándolo bien, y volviendo al terreno de la infotecnología, tal vez esta clase de “funciones” podría sumarse sin desdoro conceptual a todas aquéllas sobre las que teoricé desde 1999 bajo el título de “el lado oscuro” y ya, más recientemente, en el marco de mi teoría sobre el Nuevo Entorno Tecnosocial, a las “luces y sombras en la Red Universal Digital” (capítulo 9 del libro). 

(Texto añadido el 21 de septiembre de 2007) Esta mañana, leyendo en el metro de Madrid un periódico gratuito, que es lo que lee la gente en el metro, he encontrado descrito un ejemplo real ilustrativo de esas funciones ocultas -a veces asesinas- que duermen, agazapadas, en su interior. Un ciudadano de un pueblo de Sevilla -éste sí que estaba dormido de verdad- “tuvo un susto de muerte” a las 3.30 cuando estalló su teléfono móvil, que originó fuego y llenó la habitación de un humo azul verdoso. ¡Y luego hablan del peligro de las radiaciones electromagnéticas! Según el fabricante del teléfono, la causa técnica era una batería defectuosa, y a lo mejor -pienso yo- tal posibilidad estaba descrita en el manual del aparato, así que el usuario -pensará tal vez el fabricante- lo que tiene que hacer es quejarse menos y leer las instrucciones, para que no se le ocurra dejar el terminal encima de la mesilla de noche. ¡Qué cosas tienen los fabricantes! Recuerdo ahora el problema informático del año 2000 , ése al menos se sabía cuando iba a ocurrir.