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Archivo de Julio de 2007

Multisensorialidad

Lunes, 23 de Julio de 2007

El binomio o acoplamiento humano-máquina tiene algo más que cierto atractivo conceptual, es una realidad vital y social en tiempos de tan densa infotecnología, inmersos como estamos cada vez más en el Nuevo Entorno Tecnosocial.

En ese binomio, el humano es el que, en el supuesto de que lleve la voz cantante, es decir, si sabe utilizar las capacidades protésicas del segundo elemento del binomio y tiene criterio para hacerlo, se amplifica a sí mismo y amplifica sus acciones, aunque naturalmente, para ver si es capaz de llevar a cabo ciertas acciones, habría que ponderar previamente las dificultades relacionales entre ambos elementos, salvo que tales relaciones estén automatizadas o casi automatizadas y funcionen de una manera muy sencilla. Tales dificultades se derivan de las diferencias existentes entre las capacidades “maquinales” del humano, de naturaleza básicamente analógica, y las de la máquina digital, que esas diferencias, más que ninguna otra de las que habitualmente se habla, forman la genuina brecha digital. En mi hipótesis de la noomorfosis digital me pregunto si muchos niños actuales, absolutamente rodeados de TVIC no estarán reduciendo esta brecha digital desarrollando una forma de inteligencia más digital, no exactamente más maquinal en cuanto a una imposible semejanza con los circuitos informáticos, sino más neuralmente operativa y comprensiva del universo digital.

Cuando me refiero a la máquina –aquí, infomáquina- de una forma global me estoy refiriendo al conjunto de las infomáquinas, esto es, a la Red Universal Digital (R.U.D.) y por tanto a las propiedades que genera como condiciones de contorno para nuestra vida individual y social, entre cuyas 21 variables definidas en mi teoría de 2004 están la protesicidad y la multisensorialidad. En su día escribí –pag. 245- que “muchos de los elementos de la R.U.D. están concebidos para actuar como prótesis de los humanos, ampliando sus sentidos, sus capacidades de cálculo, su memoria, sus capacidades de comunicación, etc. (…), que pueden llegar a integrarse en los cuerpos y en su envoltura artificial (indumentaria). En cierta forma, la R.U.D. puede verse como una gigantesca prótesis”.  

Al decir “ampliando sus sentidos” todos deducimos que nos referimos a la vista, el olfato, el oído, el tacto y el gusto, o sea, al conjunto sensorial humano. Pero, dado que hablamos de máquinas y vivimos acoplados a ellas, no tenemos por qué limitarnos en los conceptos y modelos, sino que debemos abarcar los sentidos artificiales de los que al ser humano ha ido dotándose con la invención de sensores. ¿Por qué habría que dejarlos aparte, si se acepta que las entidades realmente operativas de nuestro tiempo son los acoplamientos humano-máquina? Ésta fue la razón básica para incluir la propiedad de multisensorialidad en el modelo de Nuevo Entorno Tecnosocial (NET) o Netoscopio, que da nombre a este blog.  Para los que no conocen el libro o no lo tienen a mano me permito transcribir algunos párrafos –pags. 245 y 246- relativos a esta propiedad, que luego remataré con unos ejemplos ilustrativos.  

“En cuanto a los sentidos, propiamente dichos, recalca Echeverría que E3 es bisensorial, porque sólo participan la vista y el oído, frente a E1 y E2, que son pentasensoriales, así que no parece extraño que el humano prefiera estos entornos, que le ofrecen mayor pluralidad y variedad de experiencias. En una primera aproximación, tal conclusión parece indiscutible, pero habrá que ponderar también los siguientes dos aspectos. En primer lugar, la bisensorialidad producida por la infotecnología es virtual, informacional, no real, pero eso no reduce la variedad de experiencias, sino que la multiplica, gracias a las extraordinarias posibilidades de ubicación de las prótesis artificiales. En segundo lugar, tampoco la bisensorialidad infotecnológica es una frontera insuperable, como hemos podido comprobar al describir anteriormente prótesis hápticas (táctiles) y olfativas, ya muy logradas”.  

“Pero, de una forma más amplia, convendría abrirse a la idea de que la referencia al equipamiento clásico de los cinco sentidos humanos, con ser imprescindible, se revela insuficiente ante la multiplicidad de sensores e instrumentos técnicos disponibles en un mundo más que industrializado: sensores químicos varios; sensores de presión, de temperatura, de humedad, del tráfico rodado; cromatógrafos, radares, sonares, etc. Las magnitudes físicas, cuyo estado se puede detectar y medir, llenarían una lista interminable”, a las que añado ahora, para preparar el camino de un ejemplo más adelante, el grado de glucosa en sangre.  

“Y, extendiendo el concepto, es posible en realidad medir el estado de magnitudes estrictamente artificiales, como el estado de un stock de mercancías o la tasa de reclamaciones de los clientes de una determinada región geográfica, lo mismo que, más o menos acertadamente, se evalúa la audiencia de un programa de televisión”. 

La conclusión es que la infraestructura tecnológica dota a los humanos de amplias capacidades multisensoriales, no solamente en una acepción estricta de prótesis privadas, también en su significación colectiva o social”, como pondrá de manifiesto el último de los siguientes ejemplos, que, por cierto, además resaltan el papel de la R.U.D. como algo más amplio que Internet. 

Ya hay una solución comercial para hacer un seguimiento de los pacientes diabéticos, que combina telefonía móvil e Internet. El paciente mide su grado de glucosa en sangre con un glucómetro (basta una gota de sangre del dedo), que después conecta por infrarrojos a su teléfono móvil, donde quedará almacenado el dato. Una aplicación de software móvil lo envía al médico indicado, quien, por medio de una aplicación en Internet, recibe e interpreta los datos del paciente y se pone en contacto con él para marcarle un tratamiento. 

Curiosamente, cuando estaba escribiendo esta postal, el día 21 de julio, he visto, en primer lugar, por la televisión un caso casi entrañable de un dispositivo diseñado en la Universidad de Nueva York, que contiene un sensor de humedad para vigilar el confort de las plantas, al objeto de que sus dueños o cuidadores puedan atenderlas con cariño. Su lugar de trabajo es sobre la tierra de una maceta y su función ponerse en contacto telefónico con el dueño para avisarle, mediante un mensaje hablado, de que la planta necesita agua. Cuando recibe el agua que le da la vida, la “planta” expresa por el mismo medio su agradecimiento por los cuidados. Y en segundo lugar leí un reportaje sobre un diseño de sistemas realizado por un estudiante de ingeniería de telecomunicación de Alcalá de Henares (Madrid) para guiar a personas ciegas, que se basa en un dispositivo formado por un PDA, por ejemplo, más una serie de sensores de movimiento en las gafas y un GPS, dispositivo que genera una representación virtual –una imagen sonora- de la zona por la que se mueve su portador, utilizando técnicas de holofonía. 

Para terminar, sin embargo, lo más de lo más son las redes de sensores remotos, que, conectados por redes de telecomunicaciones sin cable, portátiles e Internet, constituyen un extraordinario ejemplo de multisensorialidad al servicio del estudio y protección de un ecosistema como es la reserva de Doñana y a la vez de un pedazo de la Red Universal Digital. Éstas son las palabras introductorias del reportaje, que merece leerse: “Las marismas entran en la era cibernética. En la Reserva Científica de Doñana se está instalando una red de sensores remotos que medirá decenas de parámetros físicos y biológicos continuamente. Transmitidos por banda ancha, los datos se podrán consultar desde cualquier lugar. Es el sueño de todo investigador. Un ecosistema radiografiado al completo”. 

Ser vivo: ¿pequeña chapuza que funciona o binomio humano-máquina?

Lunes, 2 de Julio de 2007

(Texto de mi discurso -hasta ahora inédito- al recibir el Premio Fundesco de Investigación, en 1996)

Cuando a alguien le dan un premio suele volver la mirada hacia alguno de sus antepasados para evaluar lo que ha conseguido. Yo voy a mencionar a uno de los míos, el hombre de Atapuerca conocido como Homo Antecessor, que vivió hace 800.000 años. 

El hombre actual, un poco más cabezón, con sólo un 40% más de volumen cerebral que aquel ser pleistocénico y protopaleolítico, tiene que afrontar un número casi infinitamente mayor de cambios. Que medio lo consiga parece un milagro y con ello manifiesta una capacidad que tiende a contradecir la tesis del director de la Estación Biológica de Doñana, quien recientemente aseveró que los seres vivos son pequeñas chapuzas que funcionan. 

Una de estas “pequeñas chapuzas”, quien les habla, a lo largo de su vida  ha “visto” surgir inventos tan grandes como el transistor, el ordenador, el láser, el circuito integrado, el magnetoscopio de color, la fibra óptica, los satélites de comunicaciones, las redes de datos, el cd-rom, las comunicaciones móviles, Internet, la realidad virtual,…por no mencionar más que “algunas cosillas” de la tecnología de la información. Gordon Bell acaba de calcular que dentro de 50 años los ordenadores serán como mínimo 100.000 veces más potentes que los de hoy día. 

Probablemente, el Homo Antecessor no llevaría una vida muy cómoda, pero durante miles y miles de generaciones sucesivas de “antecessorcitos” podía manejar siempre y sin sorpresas los mismos pedruscos tallados, detalle que, considerado de forma egoista, cabría tomarse por una ventaja, ya que ahora sucede justo al revés: cualquier generación humana, como las de los aquí presentes, tiene que adaptarse durante su existencia a miles de cambios tecnológicos y ¡resulta un tanto agobiante!. Yo creo que, a punto de pasar a otro milenio, éste es uno de los mayores desafíos que tiene planteados la humanidad. Un problema complejo, fronterizo, multidisciplinar, de incalculables repercusiones. 

Si convenimos en llamar “máquina” a toda tecnología, sólo con observar alrededor y reflexionar un momento, caeremos en la cuenta de que hoy las actividades sociales las llevan a cabo nuevos seres -nosotros-, que son binomios o acoplamientos temporales humano-máquina. De hecho, hay muchísimas más máquinas -y algunas son máquinas muy sutiles- que seres humanos, y además en una desproporción que tiende a crecer exponencialmente.  

Este punto me lleva a aludir por unos segundos a mi propio trabajo, en la vertiente que ha sido galardonada por Fundesco y les ruego me disculpen por esta referencia personal. Desde hace 28 años me desempeño como profesor en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicación de Madrid. La idea-fuerza del binomio hombre-máquina se ha ido abriendo paso en mí, llevándome a la convicción de que los técnicos no podemos eludir la responsabilidad de concebir, diseñar y enseñar la máquina, o sea, la tecnología, en función también del ser humano, y no al margen, o casi, como es costumbre en los centros tecnológicos. Y es así como intento humildemente practicarlo incluso en mis ensayos, que en su fondo son teorías de ingeniero elaboradas para el diseño y la acción. 

Tal tipo de investigación, por importante que pueda parecernos a algunos, resulta socialmente marginal. Aunque se proclama con cierta frecuencia que un exceso de especialización empieza a ser negativo para el progreso humano, lo cierto es que las estructuras administrativas y los recursos para la investigación y la docencia premian y refuerzan la especialización, bien sea sobre algún aspecto de la máquina, bien sobre algún aspecto del ser humano, por separado, pero no el trabajo transversal, interdisciplinar. Con el Premio Fundesco de Investigación ocurre precisamente al contrario, por eso supone para mí un estímulo personal tan grande y lo valoro tanto.