Inventar nombres para las cosas y para los conceptos es una especie de hobby, que muchos consideran esnobismo, aunque a veces llega a ser una tarea profesional, pero a algunos asimismo nos parece una necesidad y nos la tomamos en serio. Consiste en una operación mental cuya finalidad es dotar de existencia léxica y por tanto humana, a los objetos, instrumentos, conceptos, sistemas, actividades, comportamientos y formas sociales que emergen en un mundo vertiginosamente cambiante, que ya es nuestro mundo, o lleva camino de serlo. Por ejemplo, si unos cuantos de tales cambios pudieran ser tan importantes como para modificar la forma de inteligencia de los nuevos humanos, ¿procedería o no procedería darle un nombre a ese proceso formativo esencial?
Haciéndose eco de las propuestas de uno de estos nombradores, un ilustre bloguero me reenvía un mensaje de correo electrónico, que dice así: “Se llama hemerografía a las noticias recabadas de los medios de comunicación escritos, pero no hay término para la ingente fuente de información que supone Internet. El profesor Alfonso Martínez Díez, catedrático de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid, cree que ese vacío podría ser cubierto por el término ” dictiografia”: del griego DIKTION= red, término ya presente en la voz inglesa “Internet”.
Mi opinión sobre las nuevas palabras es que éstas deberían respetar en lo posible las reglas de la etimología, algo cada día más difícil, pero en todo caso formarse siempre con dosis adecuadas de imaginación, estética y comunicabilidad. De las dos palabras que se citan en el mensaje, ´hemerografía´ no existe en el D.R.A.E. y el único valor de ´diktiografía´ -que suena mucho a ´diccionario´- es que parece garantizada su rigor etimológico. Pero ¿y si propusiéramos ´netografía´o ´webografía´? Por de pronto, serían términos más comunicables, porque todos sabemos lo que significan ´net´y ´web´.
La palabra similar más usada en libros, artículos e informes (en soporte de papel, subrayémoslo), para referirse o remitir a los lectores a un conjunto seleccionado de otros escritos o documentos, es ´bibliografía´, entendida como “relación o catálogo de libros o escritos referentes a una materia determinada” (definición del D.R.A.E.). En la misma familia encontramos ´biblioteca´, que significa “local donde se tiene considerable número de libros ordenados para la lectura”, “mueble, estantería, etc., donde se colocan libros”, “conjunto de estos libros”, “colección de libros o tratados análogos o semejantes entre sí”, etcétera. Fijándonos en que ´teca´ significa caja o, si se usa como sufijo, “lugar donde se guarda algo”, inmediatamente deducimos cuál es la regla de composición y el significado de términos como filmoteca, hemeroteca, fonoteca, videoteca o fototeca. Todo esto es sobradamente sabido, porque pertenece a un entorno vital en el que las cajas eran realmente cajas materiales o locales físicos, los soportes de la información son papel, cintas, carretes de película, discos de vinilo, y la información propiamente dicha adopta, en función de sus contenidos y formatos, muy variadas formas analógicas e instrumentales, antes de que la infotecnología las unificase e integrase en el universo digital del Nuevo Entorno Tecnosocial, donde las fotos, los textos, los vídeos o la música se procesan en un lenguaje común -el lenguaje binario-, se almacenan en cajas invisibles pero inmensamente capaces y se desplazan por el espacio-tiempo al margen de las leyes de la Física, obedientes a unos golpecitos sobre unas teclas o a un movimiento de ratón o de un puntero desde un terminal adecuado.
Los sentidos humanos no perciben los códigos en que se expresan esas fotos, textos, sonidos e imágenes, meros bits ocultos y posiblemente juntos en un mismo soporte de memoria de entre muchos posibles, desde la memoria de un servidor informático, de un ordenador para uso personal o de una videoconsola, hasta la tarjeta para una cámara digital o un reproductor mp3, un bastoncillo de memoria USB o un dvd, por poner varios ejemplos rápidos. En cuanto a la consideración operativa y hasta cultural de las fuentes de información citables, sean los que sean sus contenidos, interesa decidir cómo llamar genéricamente a esas referencias de lugares digitales con acceso público. La frecuencia con que esos contenedores referenciables, cualquiera que sea el tipo de sus contenidos -texto, fotos, etc.-, se ubican en la Web nos lleva a citar las direcciones de esas páginas web en los libros, artículos e informes publicados en papel (objetos o contenedores característicos del mundo analógico). Así, un artículo que citase en su blibliografía el cuestionario planteado a Umberto Eco en la revista Time la escribiría más o menos así: “Time, versión para Europa, “10 Questions for Umberto Eco”, Time, vol. 170, nº 23, 2007″. Pero si ese mismo artículo quisiera referirse a este cuestionario y el tal cuestionario sólo estuviera publicado en formato digital , el articulista crearía probablemente una nota al pie de página con estos símbolos: http://www.time.com/time/magazine/article/0,9171,1688458,00.html . No suele mezclarse este paquete internético de símbolos con referencias bibliográficas como la anterior, porque no pertenecen al mismo ámbito, ya que no se encuentran ni en los libros ni por tanto en las bibliotecas, hemerotecas, fonotecas y demás (lo cierto es que hay contenidos que pueden estar en ámbos ámbitos, puesto que cada día es más frecuente que sean publicados tanto en soporte de papel y en soporte digital, siendo este último contenedor el que es accesible a todo el mundo). En todo caso, están en ese inmenso reservorio de información que podríamos llamar netoteca o, de forma más particular, en la weboteca, que, como estamos viendo, se caracterizan porque el tipo de la información no consta en el nombre, ya que el contenedor es universal para todos los tipos de contenidos y por tanto el rigor etimológico aquí no procede. Estamos saltando de un universo informacional a otro completamente distinto, así que sería perfectamente válido y coherente en una publicación de papel agrupar las referencias en dos apartados diferentes: a) Bibliografía, para las fuentes de información en formatos tradicionales; y b) Webografía, para las referencias de páginas web, accesibles, como sucede en la netoteca, por medio de navegadores y buscadores ciberespaciales.
Cuando autor y lectores (en general, usuarios) están dentro del mismo universo digital de información, en una esfera como ésta en la que estamos ahora, no necesitamos escribir explícitamente ese paquete de símbolos, sólo unas palabras de enlace al sitio requerido . Conviene, no obstante, añadir una nota precautoria: las “cajas invisibles” donde se almacenan de forma maravillosamente accesible los contenidos digitales, como la memoria de un servidor u otros dispositivos infotecnológicos, están sujetas al efecto de discontinuidad (propiedad descrita en la página 248 de mi libro Más alla de Internet: la Red Universal Digital y en otras de mis publicaciones anteriores). Esto quiere decir que si esas “cajas” se estropean o mueren o si sus mantenedores humanos las sustituyen por otras sin introducir los oportunos redireccionamientos a los nuevos sitios de almacenaje las referencias webográficas conducirán al vacío, no a los contenidos citados por el autor. He aquí, si no se le buscan soluciones, un gran problema digital, una posible grave patología de la weboteca.
Para ir terminando, comentaré un par de curiosidades. La primera es el término simpático y sin duda muy nemotécnico, pero incorrecto, que conocí recientemente: la kanguroteca, para referirse a servicios públicos de guardería de niños. Incorrecto, porque aquí lo adecuado sería que en el nombre de la “caja” figurase el nombre de los contenidos seguido del sufijo ´teca´, que no son los canguros (así es como se nombra familiarmente a las personas que cuidan a niños en ausencia de sus padres, no estamos hablando de los marsupiales australianos, en inglés llamados kangarooes). No se trata de un universo digital en el que todos los contenidos están codificados en un lenguaje común. En este caso, la etimología y el sentido común permitían términos claros como ´infantoteca´ o ´paidoteca´, este último derivado del griego, que siempre queda elegante. La segunda curiosidad tiene que ver con el término ´netoteca´. Buscando por Internet, he encontrado que una tesis doctoral de 2003 en la universidad Jaume I, Castellón (España), realizada por Mercedes Sanz, en su página 118 mencionaba ´netoteca´, con el significado de “biblioteca en la red”. (Días después de la publicación de este artículo, añado a este texto que, mirando con el buscador de Google la palabra ´webografía´, a ver qué encontraba, resulta que ya existía este término, como me ocurrió con ´nanoteca´. ¡Es que casi todo está inventado!, pero al menos aquí se explican las razones de su propuesta y uso).
Más que en un mundo plano, cada día que pasa aumentan nuestras vivencias en un mundo digital, aunque seguimos -y seguiremos- viviendo a la vez en dos mundos (y por tanto entre dos mundos) informacionales abismalmente diferentes. Por tal razón, una de las dimensiones básicas del Nuevo Entorno Tecnosocial, como he escrito en el capítulo 10, página 242, de este libro, es la análogo-digitalidad. Esta característica es imprescindible para que los humanos de esta época tan tecnificada “podamos pasar del universo discreto (y binario) de la Red Universal Digital a nuestro universo humano natural, y viceversa”. Por la misma lógica, aunque sea de manera más rudimentaria, para referirnos en nuestros documentos del mundo analógico a los del mundo digital debemos esforzarnos en inventar formas y términos como webografía y otros. No es más que una forma de reconoceer la realidad de que vivimos entre dos mundos.