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¿Vivimos ya en un mundo digital?

(Nota: este texto es una sección de mi “Ensayo sobre cultura y tecnología en el marco del Nuevo Entorno Tecnosocial”, aún no  publicado)

Hay autores que ya dan por hecho que vivimos en un mundo digital, pero es obvio que nuestra vida cada vez más tecnificada, y no sólo por la tecnología digital, aunque sea la que está más en nuestras manos, sigue activa en un mundo físico, dentro de los entornos que Echeverría, con perspectiva evolucionista, denominaba E1 y E2. (Un ejemplo de esta vivencia en un mundo físico lo tenemos en el bloqueo del espacio para viajes aéreos en media Europa con un brutal impacto socioeconómico provocado en abril de 2010 por nubes de ceniza debidas a un volcán de Islandia, mientras sigue el auge de las nubes de informática en el ámbito de la infotecnología). Lo que procede es aprender a equilibrar nuestras acciones y relaciones en un ámbito híbrido de entornos, asumiendo que es evidente  e inevitable que se está produciendo un proceso acelerado de impregnación infotecnológica de nuestras vidas, en la que la grande y creciente complejidad de la tecnología y la todavía mayor complejidad de las relaciones humanas con ella requieren respuestas muy pensadas de índole tecnocultural, que no se están dando. Aún peor, para las que ni siquiera existe un mínimo de sensibilidad y de demanda social. Como he afirmado anteriormente, pienso que una amplia mayoría de los humanos de sociedades económicamente desarrolladas no está preparada para usar con criterio ni eficacia la descomunal funcionalidad de la tecnología que pasa por nuestras manos, ni para comprender el Nuevo Entorno Tecnosocial y mucho menos para gestionarlo convenientemente y extraer lo mejor de sus extraordinarias oportunidades informativas, de comunicación, artísticas, científicas, de entretenimiento, sanitarias y operativas de múltiples clases. De todo eso trata la segunda parte de este ensayo, cuyo objetivo teórico es el de proponer unas bases conceptuales para pasar a la acción en ese sentido.

Ya en 1999, en un artículo titulado La conexión ciberespacial, me permití reseñar que, “para mí, la Era Digital sólo representa una frontera técnica. Que con ella sobrevenga la sociedad digital (entonces no me referí al mundo digital), o el Homo Digitalis, como algunos dicen, es una cuestión de adaptación social, cultural y antropológica, y es seguro que esa evolución será más lenta, compleja y tal vez dolorosa que la de la tecnología. La velocidad electróncia ha abolido la distancia física, pero no la distancia cultural”.

En un reciente artículo me he permitido aclarar el concepto anteriormente citado de digitalidad social , que algunos parecen confundir con la idea de que vivimos o viviremos plenamente en un mundo digital. La digitalización social debe entenderse como el proceso de interiorización personal y de coherencia social de las funcionalidades y efectos múltiples, directos, secundarios y hasta ocultos de esta tecnología. Su socialización, cuyo resultado es la Sociedad de la Información, es un factor engañoso de progreso, si no está dirigido por una cultura madura de la tecnología, a la que estamos aquí denominando socioinfotecnocultura y que representa un objetivo educativo por el que luchar. Si hablásemos de digitalidad mental, eso tampoco significaría que nuestro cerebro hubiera adquirido una estructura de sistema digital, sino que sus redes neuronales se han adaptado a operar en una forma coherente con la funcionalidad lógica característica de los instrumentos informáticos.

Al respecto de la mención a esta “cultura madura de la tecnología” recordemos algunos conceptos para reforzar las próximas propuestas. En primer lugar, la tecnología, en general, es la obra maestra de la Humanidad, pero no todos sus desarrollos son beneficiosos y los que potencialmente pueden serlo, como es el caso de la infotecnología, lo son o no lo son, o lo son en mayor o menor medida dependiendo de su uso, algo que, dada su complejidad, encierra todas las  posibilidades. Inventar tecnología no es algo precisamente fácil, pero aplicarla sensatamente para mejorar el bienestar de los humanos, sin menoscabo de su dignidad ni deterioro de su entorno, resulta infinitamente más complicado (véase capítulo sobre Complejidad en mi libro “Más allá de Internet: la Red Universal Digital”).

En una nota de este ensayo se dijo que la infotecnología puede verse en cierta forma como análoga a los fármacos, a fin de cuentas productos tecnocientíficos, elaborados “para prevenir, curar o aliviar enfermedades y para corregir o reparar las secuelas de éstas” (DRAE), pero potencialmente generadores de posibles efectos secundarios patológicos en determinadas circunstancias. Conviene matizar que tal metáfora como analogía es una tanto simplista, porque la gran diferencia entre un fármaco y un artefacto o aplicación infotecnológica reside en que  el medicamento es de aplicación sobre el organismo del propio individuo usuario, mientras que los infoinstrumentos (refiriéndonos no sólo a la infotecnología en general y no sólo a las TVIC) con casi siempre sociales e individuales, y muchos de ellos , por sus objetivos y aplicación, más sociales que individuales (aunque con impacto individual), como se desprende del histórico proceso coevolutivo humanidad-tecnología. De ahí la necesidad, anteiormente expuesta, de promover en los ciudadanos una actitud en principio favorable a los progresos infotecnológicos, pero encauzada por una mentalidad “abierta, positiva, crítica, activa y responsable”.

Y, por supuesto, y ésta es la tesis final de este ensayo, desarrollar educativamente los conocimientos y modelos socioinfotecnoculturales para nutrir esa actitud y orientar con la mayor profundidad posible a los infoprofesionales y en un grado razonable a los infociudadanos hacia usos positivos desde puntos de vista humanos y sociales.

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